
Si vuelvo la vista atrás y analizo cómo me han querido enseñar, las palabras que resuenan en mi cabeza son “no”, “mal”, “prohibido”. No es mi intención exagerar, pero es que incluso la manera de dar comienzo a un curso escolar se enfoca desde esta perspectiva al establecer normas de convivencia en negativo, acentuando así aquellos comportamientos que paradójicamente se quieren erradicar. Comparto la necesidad de unas pautas comunes que garanticen un orden y un entendimiento, pero la manera en la que las formulamos puede resultar decisiva.
Y es que a lo largo de mi corta vida he crecido con la palabra “haram” (prohibido o ilícito) casi como banda sonora, llegando a acaparar enormes espacios en khutbas, comidas familiares, o cualquier diálogo religioso entre iguales. Sin embargo, la palabra “halal” se ha reducido básicamente a la alimentación, enterrando el enfoque global de una palabra que representa todo un estilo de vida.
Se ha convertido casi en una obsesión enfermiza la necesidad de reafirmar y aseverar aquellas actitudes y prácticas denominadas haram y en ocasiones, sin ningún tipo de evidencia (dalil), pero basta con rascar un poquito, para llegar a descubrir que el verdadero trasfondo de estas prohibiciones tiene que ver más bien con el recurrido “aib” (deshonesto, vergonzoso), que con el verdadero mensaje del Corán y la Sunnah. Nos percatamos aquí de que gran parte de lo que hasta ahora había sido lícito e ilícito es el resultado de un Islam heredado que viene arrastrando una carga cultural que no en pocas ocasiones contradice las enseñanzas del Islam.
Esta manera de concebir la práctica religiosa o espiritual empuja las personas, y en concreto a la juventud, a vivir la fe como si de una represión se tratara. Nos llegamos a sentir intimidados por unas restricciones que hacen de una religión sencilla, equilibrada, razonable y rebosante de paz, una creencia casi inaccesible para quienes buscamos encontrar en ella una fuente de luz y guía.
Las y los jóvenes que hemos elegido el Islam, no necesitamos que se nos recuerde constantemente qué es haram, y mucho menos necesitamos de una especie de “policía del haram” que se limita a difundir discursos sentenciadores; lo que realmente precisamos y demandamos es conocer la opción halal, sus inmensos beneficios no solo a nivel personal y espiritual, sino también comunitario.
Vivir en halal es, en definitiva, vivir en paz y pleno equilibrio con una misma y también con la creación. Es asimismo comprender que lo halal traspasa el ámbito de la alimentación para aunar todos los aspectos que atañen al individuo, desde las finanzas y las políticas hasta la cosmética o el turismo.
Del mismo modo que entendemos que el alumnado responde de forma más favorable cuando huimos del lenguaje en negativo, la juventud musulmana requiere que se deseche la idea de haram como epicentro, sustituyéndolo por la normalización del halal. El halal como un concepto global que nos pertenece a todas y todos sin distinción.
#únetealretohalal